Curioso fenómeno el que he venido observando estos días de Semana Santa en la caja tonta. Los informativos y telediarios de las distintas cadenas de televisión han ocupado gran parte de su duración con un detallado y minucioso despliegue de lo que acontecía en esta nuestra España en materia de procesiones religiosas.
No deja de ser chocante que este país durante estos días se vuelca en cuerpo y alma (nunca mejor dicho) con toda la parafernalia religiosa que evoca y recuerda la pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Por un lado, los miles de ciudadanos que, perteneciendo a distintas cofradías, dedican desde enero hasta ahora buena parte de su escaso tiempo libre a ensayar las distintas marchas que harán temblar el suelo desde el Domingo de Ramos. Por otro lado, un importante sector de la ciudadanía que se echa a la calle y, con paciencia casi franciscana, espera ansiosa la llegada de los distintos pasos religiosos que portan escenas variadas de la vida del Hijo del Carpintero. Qué locura. Nervios, pasión, hasta lágrimas se ven. Un punto de fanatismo, diría yo también. Algo de locura.
Hasta aquí, más o menos bien, en función del interés y las ganas que uno ponga. Ahora bien, deberíamos ser más coherentes y consecuentes con nuestros propios actos. O al menos, intentarlo. No parece muy lógico que, en el mismo país en el que cada vez que llegan las Navidades se monta el mismo pollo año sí, año también, sobre si se deben poner o no los Belenes en los colegios públicos, y en el que se pierden grandes dosis de tiempo discutiendo si se deben colgar o no los crucifijos en las aulas, se monte en estos días semejante berenjenal mediático que aburre al más pintado. Que yo ya me he aprendido alguna marcha de memoria y todo. Ni tanto, ni tan calvo, señores.
Y eso que aquí nadie cree en nada y nadie va a misa los domingos. Pero bien que estos días aquí el personal pierde el culo por contemplar y participar en lo que algunos se empeñan en llamar tradición, pero es, sin duda y pese a quien pese, religión.
No deja de ser chocante que este país durante estos días se vuelca en cuerpo y alma (nunca mejor dicho) con toda la parafernalia religiosa que evoca y recuerda la pasión y muerte de Jesús de Nazaret. Por un lado, los miles de ciudadanos que, perteneciendo a distintas cofradías, dedican desde enero hasta ahora buena parte de su escaso tiempo libre a ensayar las distintas marchas que harán temblar el suelo desde el Domingo de Ramos. Por otro lado, un importante sector de la ciudadanía que se echa a la calle y, con paciencia casi franciscana, espera ansiosa la llegada de los distintos pasos religiosos que portan escenas variadas de la vida del Hijo del Carpintero. Qué locura. Nervios, pasión, hasta lágrimas se ven. Un punto de fanatismo, diría yo también. Algo de locura.
Hasta aquí, más o menos bien, en función del interés y las ganas que uno ponga. Ahora bien, deberíamos ser más coherentes y consecuentes con nuestros propios actos. O al menos, intentarlo. No parece muy lógico que, en el mismo país en el que cada vez que llegan las Navidades se monta el mismo pollo año sí, año también, sobre si se deben poner o no los Belenes en los colegios públicos, y en el que se pierden grandes dosis de tiempo discutiendo si se deben colgar o no los crucifijos en las aulas, se monte en estos días semejante berenjenal mediático que aburre al más pintado. Que yo ya me he aprendido alguna marcha de memoria y todo. Ni tanto, ni tan calvo, señores.
Y eso que aquí nadie cree en nada y nadie va a misa los domingos. Pero bien que estos días aquí el personal pierde el culo por contemplar y participar en lo que algunos se empeñan en llamar tradición, pero es, sin duda y pese a quien pese, religión.
Recuerdo que tampoco votaba nadie al PP y en la Opel, como dice mi amigo Oscar Lara, deben fabricar los coches entre su cuñao y un amigo, porque todos son jefes y encargaos. Lo que hace falta en este país es más sinceridad y menos fantasmerío. Que al final, nos quedamos todos calvos. Seamos claros. Nada de medias tintas. Mucho belén en la plaza del Pilar, ofrendas, rosarios y procesiones y luego que si el crucifijo fuma y no compra tabaco. Así es España.Y así nos va.